domingo, 6 de julio de 2008

Mi primera experiencia

Así, pues, 18 ó 19 años y sin haberme comido un rosco, sin haberla metido.

Posteriormente comprendí que tampoco era tan importante el coito, que al fin y al cabo se trataba de una práctica que la sociedad me había metido en la cabeza, una práctica que debía iniciarse en la adolescencia y llevarla a cabo cuantas más veces mejor a lo largo de la vida: cuantas más veces lo hicieras, más hombre serías. Posteriormente me hice esta pregunta: ¿acaso el valor de un hombre se mide por la cantidad de polvos que echa? Obviamente, la respuesta era NO.

Pero por aquel entonces la respuesta era sí, era la respuesta a una pregunta no formulada, la respuesta a un deseo.

Y por aquel entonces sólo conocía lo que se veía cuando salía por el centro: las chicas de la calle Montera. Y a la calle Montera fui.

Eran las Navidades del 89 o 90, no me acuerdo, quería darme a mí mismo el regalo de Reyes. Nervioso, me acerqué a la primera joven y delgada que vi (por entonces mis gustos coincidían o más bien eran producto de los estereotipos sociales), una chica española: un polvo por mil pesetas. De acuerdo.

Subimos a un piso de la calle Jardines, probablemente. A una fría y sórdida habitación. No hubo palabras amables, no hubo besos... No hubo nada.

"¿Quieres un francés antes?" Me preguntó. "Vale", contesté. "Entonces son quinientas pesetas más". "Ok". "Y veinte duros más por el condón, parezco una máquina de sacar dinero, ¿verdad?".

Me quité los pantalones, me quité los calzoncillos; y me iba a quitar el jersey cuando me dijo, "no te lo quites, hace mucho frío".

Sí, yo estaba temblando, pero probablemente fuera de nervios, de miedo, más que de frío.

Me recliné. Cogió mi flácido miembro y se lo llevó a la boca. Acto seguido, incapaz de controlarme, sin que se llegase a ponerse dura, me corrí.

Evidentemente se mosqueó.

"Bueno, vísteté, ¿no?". Me dijo cuando terminó de enjuagarse la boca.

"Pero si no hemos echado el polvo". "Mira, cuando el tío se corre, se acaba todo".

En fin. Nunca he sido muy amigo de las discusiones. Y menos iba a discutir dentro de esos ambientes. Así que me dije: "Esto te pasa por gilipollas". Y me fui.

¿Hasta qué punto marcó esta experiencia el resto de mi vida sexual? No lo sé, pero puede que bastante. Intentaré reflexionar sobre ello el próximo día, cuando hable sobre mí (parte 2).

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