martes, 25 de noviembre de 2008

Vuelta a la calle

No recuerdo muy bien cuál fue mi siguiente experiencia, ya que empecé a frecuentar tres zonas al mismo tiempo: el Parque del Oeste, Méndez Álvaro y el polígono de Villaverde, aunque a las dos primeras fui pocas veces, ya que la intimidad que podía encontrar con el coche aparcado en una calle era mínima. En Villaverde, en cambio, aunque también exista poca intimidad, todo el mundo va a lo mismo.

En estas zonas casi todas las chicas son subsaharianas y casi todas preciosas; es una lástima que no hablen español, aunque a algunas se les da bien.

El polígono de Villaverde, por la noche, es un submundo cuando menos curioso, ya que el único peligro que existe puede ser algún gamberro que se dedique a incordiar a los "amantes" o la policía que puede pararte si te metes en la zona cercana a las viviendas. A veces se han dado casos de agresiones fascistas, pero yo nunca he tenido ningún problema. Hay algún que otro tipo o grupo de tipos merodeando por ahí, supongo que chulos, pero tampoco me he topado con ellos. Lo cierto es que no me puedo quejar de mis incursiones nocturnas en Villaverde.

Las primeras veces que fui era un manojo de nervios: llegaba al polígono temblando; tenía que pararme a orinar antes de empezar mi periplo por las calles en busca de las chicas. Conducir por allí cuando anochece es adentrarse en otro mundo: cuerpos esculturales que salen a tu encuentro, hogueras encendidas en cada esquina, promesas de placeres a cambio de pocos euros, vehículos circulando en todas direcciones por unas calles cuyas naves duermen a la espera del día, mujeres ofreciendo su cuerpo y hombre aceptándolos. Al principio todo te parece sórdido y tu náusea mezclada con miedo sólo es superada a fuerza de voluntad.

La primera chica con la que di ha sido a la que más he visto durante los meses que duró mi proceso de aclimatación: es una chica nigeriana delgadita, no muy alta, con una gran melena a lo afro recogida por detrás, preciosa y además... Simpática. Aunque también tenía (y tiene) su carácter. El precio era 10 euros por felación o 20 por el polvo (que también incluye la felación, aunque más corta, lo justo para ponerla dura). Como ya dije escogí la primera opción.

La chica nunca tenía prisa para empezar ni para irse, aunque tenía más para acabar la faena. Hablábamos, intercambiábamos opiniones sobre los distintos modos de vida entre España y Nigeria, bromeábamos, nos acariciábamos, aunque nunca llegamos a besarnos. En verdad que mi mente no alcanza a comprender a los racistas; todos sus argumentos se vienen abajo cuando estás al lado de una belleza negra, cuando respiras su olor, su aliento (por lo demás, tampoco muy distinto de los del resto de mujeres), cuando eres víctima de sus encantos. También se te vienen abajo todos esos mitos e imágenes del porno peliculero: no por pagar puedes hacer cualquier cosa; pagas por una felación y en el "contrato" nada se dice de que puedas tocarle los pechos o el coño a la chica; la mayoría te dejan, sí, pero no todas.

Por supuesto, te la chupan con condón. A muchos esto les puede parecer un engaño, pero en la calle las condiciones de higiene pueden ser lamentables (de todos modos, nunca encontré a ninguna chica que oliera mal). Para mí, para mis pretensiones, en cambio, eso no era ningún obstáculo, sino todo lo contrario, era un modo de retrasar más mi eyaculación.

No recuerdo cuántas veces fui por allí y por los otros dos sitios en busca de felaciones. Tampoco recuerdo exactamente el tiempo que duró, aunque aproximadamente fue un mes y medio o dos meses hasta que me decidí a pasar a los polvos. Mi amiga nigeriana cada vez se ponía más pesada y quizá no le faltara razón, pues yo intentaba durar el máximo tiempo posible haciéndola parar para volver a empezar cuando bajaba mi excitación. Las primeras veces duraba muy poco, pero me fui acostumbrando.

Mi propia terapia, digna de B.F. Skinner, estaba dando resultado. De hecho dicha terapia fue una modificación sobre la terapia que recomendaba un libro que trataba la eyaculación precoz desde una perspectiva conductista, aunque dentro de la pareja... Bueno, y en solitario. El libro me lo regaló una de mis novias.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Tercera experiencia (casa de citas)

Disculpad por la tardanza en la actualización del blog... Cosas del curro, de las ganas, etc.

Como ya dije llegué a la conclusión de que mi eyaculación precoz estaba motivada por los nervios, de manera que empecé a buscar casas de citas. La verdad que la llegada de internet ha sido toda una revolución en el mundo de la información: basta con teclear la palabra clave y tienes todo tipo de cosas... Vale, sí, la mayoría es basura, pero te acostumbras a buscar. Entras en google y pones "madrid casas de citas" o "madrid prostituta" o "madrid relax" y al final llegas a donde querías.

Llamé a dos o tres sitios y escogí el más barato (dado que lo más probable es que me corriera nada más ver a la chica desnuda o acercándose a mí): 50 euros. Es una casa en el centro de Madrid. Cuando llegué allí el olor a perfume barato se respiraba desde el primer piso.

La situación era completamente nueva para mí. El tío que me abrió la puerta parecía bastante majo y educado. Me dijo que si iba preguntando por alguien en especial o si quería ver a las chicas. Al ser mi primera vez no tenía más remedio que verlas. Y ante mí se desarrolló un curioso pase de modelos de lencería: las chicas entraban, me decían su nombre, nos dábamos un par de besos (en las mejillas) y salían. Al verlas así no sabía por cual decidirme. Sin embargo, había leído varios comentarios de otros clientes de esa casa en un foro en los que se decía que merecían más la pena las chicas maduras; de manera que presté especial atención a las de más edad. Cuando me decidí y se lo dije al chaval, éste me preguntó si quería beber algo, un cubata, una cerveza... "No, prefiero una coca-cola". Pasé a la habitación y al rato apareció la chica con la bebida.

Ya no me acuerdo de su nombre, pues hará año y medio; y ya tampoco trabaja allí. Según me contó estaba casada, pero la cosa estaba tan chunga que tenía que sacar dinero extra.

Me dijo que me sentara en el bidé, que me iba a lavar. Y lo hizo con bastante dulzura, acariciándome. Yo iba notando ya un cierto nerviosismo, un temblor de piernas y de los músculos abdominales. Cuando terminó de lavarme empezó a lavarse ella; yo mientras tanto me senté en la cama bebiendo mi coca-cola.

Después llegó a la cama y se tumbó a mi lado; nos acariciamos, pero no nos besamos. Tenía yo cierta reticencia a besar en la boca a una prostituta; las razones creo que pueden parecer obvias, sin embargo con el paso del tiempo y las experiencias esas razones estallan en pedazos y sucumbes a los encantos y los placeres, de manera que ahora suscribo la frase de algunos foreros: "un polvo sin besos es como un jardín sin flores". Sin embargo no pensaba así por entonces.

Al cabo de un ratito la chica dijo que si quería que me la chupase. "Vale", dije sin mucha convicción y recordando la imagen de mi primera experiencia. Ella empezó, pero tuve que pararla porque me excitaba demasiado. Me puso el condón. Mi excitación iba en aumento y cuando la cogió para introducírsela... Volvió a ocurrir: me corrí.

Como mostré signos de abatimiento, la chica se tumbó a mi lado para tranquilizarme, para decirme que no pasaba nada, que era normal. "Claro, pero he pagado 50 euros", pensé yo (maldita economía de mierda). Así que estuvimos charlando hasta que se cumplió la media hora.

La experiencia en términos económicos y de satisfacción fue negativa, no obstante en términos de conocimiento y crecimiento personal, quizá fuera positiva: el sitio me gustó, estaba limpio y la gente era agradable. Sin embargo debería posponer mi regreso hasta que no estuviera más familiarizado con las mujeres, pues no era cosa de perder 50 euros cada vez.

Pensando sobre el asunto llegué a una conclusión. Debía iniciar un proceso terapeútico de exposición al sexo, al sexo opuesto, y a ser posible del modo más económico. De está forma tuve que volver a buscarlo a la calle: empezaría sólo con felaciones y cuando ya no me corriera a los dos segundos (bueno, algunos más), empezaría con los polvos.

lunes, 14 de julio de 2008

Mi segunda experiencia

La segunda experiencia fue tan desastrosa como la primera, o incluso más, ya que esta vez no ignoraba lo que podía pasarme y que efectivamente pasó.

Tras largo tiempo pensando en los pros y los contras de acudir a las prostitutas, me decidí. Elegí la Casa de Campo. Fue justo el último fin de semana antes de que la cerraran al tráfico por la noche. No he vuelto a ir. No, no es cierto, volví. Volví para encontrarme con los coches de la policía en las entradas. Hace poco que me he enterado de que las chicas siguen allí por el día y en las entradas por la noche.

Tras dar una vuelta con el coche y ver a las chicas me decidí sin demasiado criterio (mis gustos son muy amplios) por una rubia. Resulto ser rumana. Cobraba 20 euros por el polvo y 10 más por el francés. Esta vez me decidí por lo simple: 20 euros.

Aparqué el coche unos metros más allá de donde la había recogido. El sitio no era precisamente el paraíso de la intimidad, cosa que ya empezó a ponerme nervioso, un nerviosismo que literalmente me hacía temblar, aunque la causa principal de los nervios era simplemente el hecho de enfrentarme desnudo a una mujer.

Pasamos al asiento de atrás, se quitó el tanga, se subió la minifalda, me pidió el dinero y después de dárselo sacó de su bolso un condón.

Según me lo estaba poniendo mi nerviosismo iba en aumento y ya sabía lo que iba a pasar. No recuerdo si después de ponérmelo empezó a chupármela para endurecerla o si directamente se sentó sobre mí. El caso es que sin llegar a hacer nada me corrí.

Tampoco ésta accedió a darme una segunda oportunidad gratis. Seguramente serían los 20 euros más fáciles que había ganado en toda su vida, o al menos en esa noche.

Así que jodido, triste y cabizbajo, me marché de allí intentando asimilar lo que había pasado. Pensando en ello durante los días siguientes llegué a la conclusión de que la causa de mi eyaculación precoz eran los nervios que me producían esas situaciones, sin intimidad, sin calor... Esa era parte de la verdad, pero no toda la verdad como posteriormente descubriría.

Necesitaba encontrar un sitio tranquilo, un burdel en el que no tuviera que estar pendiente de quién pasaba al lado. Mi tercera experiencia fue, entonces, en una casa de citas.

martes, 8 de julio de 2008

Sobre mi (II)

La segunda experiencia como cliente en el mundo de la prostitución llegaría 18 años más tarde.

Entretanto he vivido una sucesión alternante de vergeles y desiertos sexuales, predominando estos últimos: largos y anchos, inacabables desiertos, quizá generados por mis propios miedos e incapacidad.

18 años en los cuales he tenido tres novias. Tres años estuve con la que más duró. Y el resto un completo desierto. Aunque con todas (las tres) tuve relaciones sexuales, sólo hice el amor con una de ellas.

Y no es que me lleve mal con las mujeres, creo que incluso les caigo bien. Pero... Soy incapaz de seducirlas. Soy lo que denominan "un buen amigo".

¡¡¡ Y un huevo !!! No quiero ser "su amigo", o si lo soy, como dice la canción "quiero ser algo más que eso": amigo con derecho a... Nunca quise ser su amigo. Pero tampoco tuve huevos a mandar a ninguna al carajo, aunque a la mayoría no les declaré mis intenciones. Un puto desastre.

¿Y todo por qué? No lo sé, pero supongo que por un conglomerado de razones:
-porque tenía miedo al rechazo, por supuesto
-porque no quería que mi círculo se enterara de que iba tirando los tejos a todo lo que se moviera (cosa que solo se produciría si de hecho los hubiera ido tirando)
-porque respetaba a las mujeres, ya que no eran meros objetos sexuales, sino personas, amigas, compañeras.
-porque nunca he mostrado seguridad en mi mismo, ni gran entusiasmo por nada
-porque no soy guapo, ni rico...
-porque no tenía trabajo, ni vivía solo.

¿Queréis más razones? Las iré apuntando.

También he de decir que nunca puse mucho interés en los ligues de por la noche, en los bares y fiestas. Prefería conocer a las chicas y luego quedar con ellas otro día, cosa que pocas veces llegaba a suceder, o que de suceder tampoco llegaba a nada. No obstante, esa preferencia puede que contuviera un elemento de miedo distinto al miedo al rechazo, miedo al ridículo, etc., era un miedo referente a mi propia capacidad sexual una vez llegado el caso, si llegaba.

Y no se trataba de un miedo infundado.

De esas tres chicas fue con la primera con la única que llegué a follar, si es que se puede llamar "follar" a meterla, hacer tres movimientos y correrte. Sólo recuerdo un polvo en condiciones con ella. Y ella, por supuesto, no tenía la más mínima culpa. Es más, era bastante comprensiva e hizo mucho por ayudarme. Yo era, pues, un eyaculador precoz.

Quizá todavía lo sea. A veces me pasa. Pero al menos ahora soy consciente de por qué me pasa.

Pero decir que soy, o era, un eyaculador precoz, es ponerme una etiqueta, no es solucionar nada. La solución estaba, está, en observar bien lo que uno hace, lo que siente, comprenderlo e intentar cambiar esas pequeñas cosas, esos pequeños fallos.

A la postre no es más que lo que te vienen a decir todos los libros y revistas sobre el tema (eyaculación precoz e impotencia, que no era mi caso): que te tomes con calma las cosas. Si bien, las cosas a veces no pueden tomarse con calma: no cuando los padres pueden llegar en cualquier momento, no cuando puede aparecer cualquiera tras las ventanillas del coche, no cuando sólo tienes la media hora a que te dan derecho los 50 euros.

Mis relaciones sexuales con la segunda novia que tuve fueron bastante satisfactorias, salvo por el hecho de que no hacíamos el amor (ella no quería). El resto estaba muy bien y mi aguante era aceptable. El problema estaba en mi coco.

Con la tercera también fue todo bien, salvo por el hecho de que yo, ya más consciente de mi problema, me negué a follar con ella hasta que no estuviera más acostumbrado a sus encantos, los cuales me permitía degustar, del mismo modo que yo se lo permitía a ella. Sin embargo, la relación fracasó por otros motivos antes de que llegase la costumbre.

Ahora, tras un año de acudir a los servicios de las profesionales (algunas más que otras) he descubierto el origen de mi problema con la eyaculación precoz: son los nervios. Cuando me pongo nervioso, me corro. Nervios, se entienden, relacionados con el sexo. No me corro cuando voy andando por la calle y alguien me toca las narices. El problema con las prostitutas es que hay muchos aspectos y ocasiones para ponerte nervioso: en primer lugar el tiempo apremia, a veces el lugar no es el más adecuado, a veces la chica quiere terminar rápido...

Bueno, la cuestión es que tras ese largo período, ya que no podía hacer el amor con chicas "normales", o de modo "normal", no tuve más remedio que introducirme en este mundillo. Un mundillo donde la gente también es "normal".

domingo, 6 de julio de 2008

Mi primera experiencia

Así, pues, 18 ó 19 años y sin haberme comido un rosco, sin haberla metido.

Posteriormente comprendí que tampoco era tan importante el coito, que al fin y al cabo se trataba de una práctica que la sociedad me había metido en la cabeza, una práctica que debía iniciarse en la adolescencia y llevarla a cabo cuantas más veces mejor a lo largo de la vida: cuantas más veces lo hicieras, más hombre serías. Posteriormente me hice esta pregunta: ¿acaso el valor de un hombre se mide por la cantidad de polvos que echa? Obviamente, la respuesta era NO.

Pero por aquel entonces la respuesta era sí, era la respuesta a una pregunta no formulada, la respuesta a un deseo.

Y por aquel entonces sólo conocía lo que se veía cuando salía por el centro: las chicas de la calle Montera. Y a la calle Montera fui.

Eran las Navidades del 89 o 90, no me acuerdo, quería darme a mí mismo el regalo de Reyes. Nervioso, me acerqué a la primera joven y delgada que vi (por entonces mis gustos coincidían o más bien eran producto de los estereotipos sociales), una chica española: un polvo por mil pesetas. De acuerdo.

Subimos a un piso de la calle Jardines, probablemente. A una fría y sórdida habitación. No hubo palabras amables, no hubo besos... No hubo nada.

"¿Quieres un francés antes?" Me preguntó. "Vale", contesté. "Entonces son quinientas pesetas más". "Ok". "Y veinte duros más por el condón, parezco una máquina de sacar dinero, ¿verdad?".

Me quité los pantalones, me quité los calzoncillos; y me iba a quitar el jersey cuando me dijo, "no te lo quites, hace mucho frío".

Sí, yo estaba temblando, pero probablemente fuera de nervios, de miedo, más que de frío.

Me recliné. Cogió mi flácido miembro y se lo llevó a la boca. Acto seguido, incapaz de controlarme, sin que se llegase a ponerse dura, me corrí.

Evidentemente se mosqueó.

"Bueno, vísteté, ¿no?". Me dijo cuando terminó de enjuagarse la boca.

"Pero si no hemos echado el polvo". "Mira, cuando el tío se corre, se acaba todo".

En fin. Nunca he sido muy amigo de las discusiones. Y menos iba a discutir dentro de esos ambientes. Así que me dije: "Esto te pasa por gilipollas". Y me fui.

¿Hasta qué punto marcó esta experiencia el resto de mi vida sexual? No lo sé, pero puede que bastante. Intentaré reflexionar sobre ello el próximo día, cuando hable sobre mí (parte 2).

lunes, 30 de junio de 2008

Acerca de mí (I)

Escribo esta entrada, este capítulo, como una especie de autojustificación. Pero la verdad es que no tengo ningún sentimiento de culpa, ningún remordimiento, por acostarme con mujeres pagando. Hasta cierto punto mis circunstancias me han obligado a ello. Sin embargo, tampoco me siento orgulloso. No escribo este blog como si de un compendio de hazañas se tratase. Escribo porque necesito expresar una parte de mi vida que siempre ha quedado un poco oculta. Y necesito expresárselo, sobre todo, a mí mismo.

Durante años he sido un defensor de la abolición de la prostitución (más que defensor, simpatizante) sin comulgar, necesariamente, con la derecha católica e hipócrita de la Espe, Gallardón y Botella, los cuales simplemente se dedican a perseguir y criminalizar a prostitutas y clientes sin atender (o atendiendo más bien poco) a otros aspectos que atañen a las vidas de las chicas, como es el de los trabajos dignos, la educación sexual, etc.

Pero el abolicionismo, en mi caso, se trataba más bien de una justificación ideológica de una postura práctica previa: la negación a participar en el comercio carnal.

Y esta negación estaba motivada, a su vez, por un cierto miedo debido a un mal aprendizaje sexual.

Esta es mi historia. O, al menos, uno de los aspectos más importantes de ella.

No sé hasta qué punto podría considerarme un niño precoz en el terreno sexual. Pero recuerdo que me masturbaba mucho antes de que tuviera la primera eyaculación. Quizá todos los niños lo hagan, no lo sé. En aquella época no se hablaba de esas cosas. Después llegaron las "revistas guarras", aunque lo cierto es que tampoco me hice con muchas de ellas. Y por lo que toca a las películas igual. Creo que he visto muy pocas. No me terminan de gustar. Especialmente NO me gustan las corridas en la cara. Lo considero de muy mal gusto.

Después llegó la adolescencia. ¿A los quince años, por ejemplo? Todos sabemos y recordamos la revolución hormonal que se produce en los cuerpos a esas edades. Todos y todas recordamos la explosión del deseo cuando comenzamos a relacionarnos con personas del sexo opuesto. Ahora no sé cómo se lo montarán los adolescentes, pero seguro que bastante mejor que nosotros en los ochenta. Para ser sincero y políticamente incorrecto las tías eran unas estrechas, por lo menos aquellas con las que yo me relacionaba (quizá un producto de su educación). Aunque para ser totalmente veraz tampoco yo era muy guapo por aquel entonces, ni guapo, ni alto...

A todo ello se sumaba el que iba a un colegio de curas en el que, por supuesto, no había chicas. No tenía práctica, no tenía soltura, en la relación con el sexo opuesto. Mi mundo era el de los comics, el deporte y el heavy metal. La educación religiosa, en el terreno sexual, no tuvo mucha incidencia. O quizás sí, no lo sé. Tampoco conocía a chicas en el barrio, pues lo cierto es que mi vida se reducía al colegio.

Mi primera relación con una chica se redujo a unos cuantos besitos y manitas durante el verano, a los 16 años. Entre los 17 y los 18 hubo otras cuatro chicas con las cuales hice lo mismo que con la primera. En aquella época no tenía miedo a hacer el amor, lo deseaba con todas mis fuerzas. Se lo proponía a las chicas, pero ellas no querían. Yo respetaba su decisión, me habían educado para ello. Nunca dejé a ninguna por ese motivo. Quizá ese fuese mi error. Tampoco lo sé.

Y por fin llegó una con la que las manos llegaron más abajo, las suyas y las mías, pero solo las manos, nada más, lo cual ya era todo un adelanto. Tenía yo 18 años.

Así, pues, 18 años y virgen. Si es que virgen se considera a aquellos y aquellas que no hayan practicado el coito nunca, al margen de masturbaciones mutuas y felaciones o cunilinguus, las cuales últimas tampoco había practicado por entonces.

¿Tenía mala suerte? ¿era feo? ¿era un gilipollas? Quizá un poco de todo.

Lo peor del asunto es que aquella carencia la vivía más dramáticamente cuanto más miraba a mi alrededor, cuando todo en esta sociedad gira en torno al sexo, en torno al éxito sexual: publicidad, películas, canciones, revistas, amigos... Mirase donde mirase había siempre algo que me recordaba que yo era virgen, que no era digno de los favores de ninguna mujer.

Posteriormente aprendí a sobrellevar críticamente mis largos estados de privación sexual. Pero por entonces carecía de los recursos sociológicos necesarios.

En tal estado fue cuando me decidí a acudir a una profesional.

domingo, 29 de junio de 2008

Acerca de este blog

Este no es un blog pornográfico. No pretendo contar en detalle mis experiencias con las prostitutas. O, si lo pretendiese, no sería precisamente ese el detalle del que hablaría, sino de otro más profundo, el de las sensaciones y sentimientos, la mayoría de las veces contradictorios, que experimento con ellas... Y las posteriores reflexiones. Son éstas, precisamente, la que me han llevado a escribir este blog.

Que nadie busque aquí, pues, carnaza. Que nadie busque, tampoco, una "guía" de sitios, lugares o chicas, pues las mantendré a todas en el anonimato; ni siquiera usaré su "nombre de guerra" (que decían Los Héroes). Este es un blog que nace del profundo cariño y respeto que me inspiran "las chicas".

Sí me gustaría que sirviera para que aquellos que las frecuentan, o pretendan hacerlo, aprendan a tratarlas como las personas que son, es decir, con educación y también, ¿por qué no? con dulzura. Ya es bastante duro el acostarse con alguien para que además tengan que soportar palabras malsonantes cuando no golpes u otros tratamientos vejatorios.

También quisiera que la gente, tú mismo, lector o lectora, aprendiera a juzgar con cautela a este sub-mundo y a sus personajes (clientes, chicas y chulos), pues no se les puede meter a todos en el mismo saco, no son todos iguales, no se comportan del mismo modo ni tienen idénticos motivos: hay diferentes tipos de clientes (esto lo sé por lo que me cuentan las chicas), diferentes tipos de chicas (en comportamiento, se entiende, lo demás es obvio) y, supongo, que habrá diferentes tipos de chulos (yo sólo conozco a dos e imagino que deben ser la excepción a la regla o al menos a la imagen que la literatura y el cine nos ha dado de ellos).

Mi experiencia no es muy amplia. Esta es simplemente mi historia.

NOTA:
Como sé que este es un tema polémico que pondrá a mucha gente en contra del autor del blog, para evitar que las páginas se llenen de comentarios malsonantes, he decidido revisarlos primero antes de publicarlos. Así que si no tienes nada que decir, o lo que tengas que decir no sabes decirlo con respeto, no te molestes en escribir, ya que no saldrá publicado.